La última vez que vi al abuelo en su departamento de la calle Calasansz, luego de que jugáramos una partida de ajedrez que me dejó ganar y de que le cocinara; la última vez, antes de irme, me senté frente al abuelo, estiré mi mano derecha hasta tocar la suya y le dije: Cuéntame.
Él sabía muy bien a qué me refería. Pero me dijo: Me voy a morir. Y le dije: Ya lo sé, por eso tienes que contarme.
Porque él nunca había querido contar.